14 septiembre, 2006

Las Curiosas Perdices

En lugar de un cuento quiero relatar hoy una autentica historia. Trata de un campesino que, casualmente, capturo dos perdices detrás de un seto. Deseaban que esas perdices fuesen adecuadamente cocinadas. Su mujer era la encargada de prepararlas y darle vueltas en el asador, mientras él iba a ver al párroco para invitarlo a comer. Pero permaneció tanto tiempo dentro de su casa que las perdices alcanzaron su punto optimo para se comidas. La esposa colocó el asador a un lado, corto un trocito de carne y de crujiente piel para probar si las perdices estaban en su punto. Después de catar aquel trocito, ya no lo pudo resistir. Hincó el diente en la primera perdiz y se comió las dos alas. Salio a la calle para ver si su marido regresaba. Como no lo veía por ninguna parte, regreso a la cocina y pensó que no podría servir a nadie una perdiz sin las alas y que lo más sensato era comérsela entera.
Ahora disponía de tiempo para pensar que diría para justificar la falta de una perdiz, y encontró pronto la excusa. Diría que al ir a sacar las perdices del asador había llegado el gato, se la había arrancado de la mano, alojándose inmediatamente con su presa.
Después de haber pensado esta excusa, volvió a salir a la calle para ver si su esposo venía. Comprobó que no se le veía por ninguna parte, pero si pensaba en la segunda perdiz, la boca se le estaba haciendo agua. Y no pudo resistir. No podía pensar en otra cosa y hubiese enloquecido de no poder comer un trocito aunque pequeño de la segunda perdiz. Lo pensó y repensó y puso manos a la obra.
Al animal le cortó el cuello, que comió con hambre casi canina, y a continuación se relamió los diez dedos de las manos. “Pobre de mí”, se lamentaba, “¿qué diré ahora cuando no queda nada de las perdices? Pero ¿qué otra cosa podía hacer si me atosiga el hambre? Sinceramente, me importa poquísimo lo que puedan decir o pensar. ¡Yo me como la segunda perdiz!”.
El campesino permaneció tanto tiempo fuera de casa que la mujer tuvo tiempo para saciar su voraz apetito. Cuando el campesino regreso a su casa, preguntó: “¡Hola! ¿Están las perdices?”.
“¡Que desgracia más grande!”, exclamo su esposa, “nuestra desdicha es muy grande. ¡El gato se las ha comido!”
El campesino, encolerizado, entro como un vendaval en la habitación y se arrojó sobre su esposa, a la que por poco saca los ojos si ella, con voz entrecortada, no le hubiese dicho: “No te lo tomes así. Todo ha sido una broma. ¡Sólo una broma! ¡Desaparece, Satanás!. Las he tapado para que no se enfríen”.
“¡Gracias a Dios! Menos mal”, respondió el marido, “Tú no sabes lo que podría haber hecho contigo. Pero ahora, rápido saca el mejor mantel que tengamos y mi jaspeada jarra de madera. Pondremos la mesa bajo el emparrado en el prado pequeño”.
“Coge primero los cuchillos; ambos necesitan un buen afilado. Puedes afilarlos en la piedra de amolar que hay afuera en el patio”.
El campesino fue al patio con le cuchillo en la mano. En ese preciso instante llegaba el capellán, a quien el campesino había invitado a comer perdices. Se dirigió corriendo hacia la mujer y la abrazo cariñosamente, pero ella se libró, diciéndole: “Huid!, Rápido, ¡huid! Vuestro cuello esta en peligro. Mi esposo acaba de salir para afilar un gran cuchillo. Me ha dicho que si os echa el guante os cortará los testículos”.
“¡Por el amor de Dios!”, exclamo asustado el capellán “¿Pero qué estás diciendo? Nosotros solo queremos comer las dos perdices que tu esposo ha capturado esta mañana”.
Pero la mujer interrumpió “¡Por San Martín! Aquí no tenemos perdices, ni ningún otro pájaro en casa. ¡Pero mira afuera y veras como afila el gran cuchillo!”.
“Ya lo veo”, tartamudeo el capellán, pálido como la cera. “Por mi honor creo que dices la verdad”.
Y apenas pronuncio estas palabras cuando ya había desaparecido de allí. La falsa mujer llamó a voz en grito a su esposo, diciéndole: “¡Escúchame! ¡Ven inmediatamente aquí!”.
“¡Por mil diablos! ¿Qué te sucede ahora?”, le dijo el marido.
“¿Que qué me sucede? ahora mismo lo sabrás. Echa inmediatamente a correr y persigue al capellán. Nos ha causado una perdida. “Se ha llevado las dos perdices las dos perdices asadas”.
El campesino, con gran ira en su corazón y el gran cuchillo en la mano, echó a correr detrás del capellán.¡No os escapéis!”, le grito el campesino al capellán, “aún están calientes y os las habéis llevado; dejadlas aquí mismo, en el suelo. ¡Esperad! ¿¡Sois un mal huésped si pensabas comerlas a solas!”.
El párroco miró atrás y vio al furioso campesino que, empuñando un enorme cuchillo, se estaba aproximando. Estaba convencido: había llegado su última hora. Pero siguió corriendo y detrás de él el campesino, por que deseaba recobrar sus perdices. El párroco llego finamente a su casa y cerró la puerta con llave y pasador.
“Y ahora dime cómo has conseguido desembarazarte de las perdices”
“Que Dios me ayude!”, respondió ella, “apenas me vio el párroco, ya me pregunto si no quería enseñarle los pájaros. Su deseo era verlos. Sin sospechar lo más mínimo, lo acompañe hasta el lugar donde los había ocultado. Inmediatamente extendió las manos, cogió las dos perdices y salio corriendo; yo no pude perseguirlo por que primero te lo tenía que decir a ti!.
“Es posible que estés diciendo la verdad”, respondió el campesino, “¡pero creo que lo mejor será olvidarnos del asusto!”.
De esta forma fueron engañados el párroco y el campesino que había capturado las dos perdices. Esta historia demuestra, una vez más, las mujeres han sido creadas para engañar. Convierten las verdades en mentiras y las mentiras en verdades.

(Cuento de Francia)
Hans-Jörg Uther, Relatos del comer y el beber

6 comentarios:

Ana Isabel dijo...

Es un cuento muy bueno!!.. con lo unico que no estoy de acuerdo es con el ultimo parrafo, donde dice que las mujeres somos unas mentirosas.. un poco machista el autor, creo que todos los seres humanos mentimos y más cuando se trata de un robo culinario...

@Intimä dijo...

Hay un dicho que dice así:(que no se ofenda nadie)
Se coje antes a un mentiroso que a un cojo.
Por que las mentiras tienen las patitas muy cortas.
Será por eso que odio las mentiras.
Besitos

Anónimo dijo...

Excelente relato y estupendo también el libro donde está incluido.

Te recuerdo, Ana Isabel, unos versos de Antonio Machado, a propósito del párrafo final del cuento:

"Se miente más de la cuenta/
por falta de fantasía./
También la verdad se inventa".

Rodolfo N dijo...

Coincido con todos es un bello cuento.
Pero la mentira no es patrimonio de las mujeres, no es cierto, o miento?, jaja

fgiucich dijo...

Un cuento interesante. Abrazos.

Lety Ricardez dijo...

Pues un buen cuento, pero nos pone bastante mal paradas ¿no crées? de ninguna manera asumo que la exclusividad de la mentira, la gula, y otras graves actitudes que se muestran aquí, nos pertenezca por género.

Tedejo mi abrazo Ana Isabel