04 junio, 2009

Los Motivos del Lobo

Los motivos del lobo
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertos y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: «¡Paz, hermano
lobo!» El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: «!Está bien, hermano Francisco!»
«¡Cómo!» exclamó el santo. «¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?»

Y el gran lobo, humilde: «¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces... comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre, que iban a cazar!»

Francisco responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"

«Esta bien, hermano Francisco de Asís.»
«Ante el Señor, que toda ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.»
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.

Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, bajo la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: «He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.» «¡Así sea!»,
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió la testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintiose el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto en los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si estuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos los buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.

«En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote» dijo, «¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.»

Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:

«Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.»

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: «Padre nuestro, que estás en los cielos...»

Rubén Darío

01 mayo, 2009

¡Tenerme, tenerme toda!


Hooper. Muchacha en el Hotel


Tenerme
es algo más que este clima de noches blancas,
flotando en mi alegre vestidura.

Tener mis brazos cargados de leyendas,
de causces misteriosos, de islas
y de niños que me piden el pecho.

Y tener todos mis momentos,
los que elevaron en gritos
hicieron de mi carne tejido.

Y esta pincelada de lunas nuevas
que bajo llos hombros
tiene el propio sabor de la vida.

¡Tenerme, tenerme toda!
aún para las dulces siegas
mi vientre está elevado...

¡Ay!, que sólo soy esto:
tierra pegada a la tierra,
cielo que me circunda, y me huye, y me alumbra.
Escalerita de niños.
Casa de azúcar...

¡Ya no te gustaría otra mujer!

María Calcaño

10 abril, 2009

IMITACIÓN A PROPERCIO

7. Ayer te vi en la calle, Myriam, y
te vi tan bella, Myriam, que
(¡Cómo te explico qué bella te vi!)
Ni tú, Myriam, te puedes ver tan bella ni
imaginar que puedas ser tan bella para mí.
Y tan bella te vi que me parece que
ninguna mujer es más bella que tú
ni ningún enamorado ve ninguna mujer
tan bella, Myriam, como yo te veo a ti
y ni tú misma, Myriam, eres quizás tan bella
¡porque no puede ser real tanta belleza!
Que como yo te vi de bella ayer en la calle,
o como hoy me parece, Myriam, que te vi.

Ernesto Cardenal



-Apología a mi primer nombre.-


09 abril, 2008

La flor ganada: Edelweiss


Flor de Edelweiss

Escalo montañas
soy una alpinista
en búsqueda de la prístina flor
Edelweiss

Mi ansia es un cielo alto
rocoso
pleno de dioses

Mi amor
mi amor
mi amor
es una utopía
- Edelweiss
la florecilla apasionada
entreverada entre las rocas

Cada paso de mis brazos y mis piernas
es un llamado

cada resbalón, una pérdida
Sudo
me acuerpo
miro hacia el vértigo
y trato de no mirar.
Asciendo, asciendo hacia la flor

Y cuando allí está
la arranco
y la guardo en mi bolsillo
como esperanza
luego viene el descenso
¿quién se merece la flor?
¿Qué hombre la merece?


Hanni Ossott

29 febrero, 2008

Así llega


Andrew Atroshenko. Adele

Así
esperada o no
invitada o no
llega
se esparce como vaga niebla
cargada de regalos
una mueca sepulcral
un alma silenciada
una mortaja de noches y barro
un ramillete
de miedos congojas ausencias pesadillas
incrusta gredas en las pupilas
aísla con sutileza
sabe que nadie muere por otro
morir se muere solo
después cuando se aleja
deja enganchado en el cuerpo
un recuerdo dulzón
después cuando se despide
deja enganchado en el cuerpo
un recuerdo nausebundo
..............................
después
retuerce sus pasos.

María Cristina Solaeche.

18 agosto, 2007

Canción a la Torre más alta




Que venga, que venga,
El tiempo del que uno se prenda.


Ha sido tal mi paciencia
que por siempre olvido.
Penas y espantos
al cielo se han ido.
Y la sed malsana
Oscurece mis venas.


Que venga, que venga,
El tiempo del que uno se prenda.


Como la pradera
dejada al olvido
crecida y floreada
de incienso y cizaña,
al zumbido áspero
de las malditas moscas.


Que venga, que venga,
el tiempo al que uno se prenda.


Rimbaud

06 agosto, 2007

Yo canto al cuerpo eléctrico




Esta es la forma femenina
exhala de pies a cabeza una divina aurora,
atrae con furiosa e innegable atracción,
su aliento me arrastra como si yo no fuera más que un
indefenso vapor, todo se desmorona salvo su aliento y yo,
Libros, arte, regligión, tiempo, la visible y sólida tierra, lo
que se esperaba del cielo y lo que se temía del
infierno, todo se ha consumido,
Locos filamentos retoños indómitos brotan de ella, la
reacción tambien indómita,
Pelo, pecho, caderas, las curvas de las piernas, negligentes
manos que caen completamente difusas, tanto como
las mías,
El reflujo incitado por el flujo y el flujo incitado por el
reflujo, el amor carnal hinchándose y doliendo
deliciosamente.

Límpidos e ilimitados chorros de amor, cálidos y enormes
trémula jalea de amor, jugo blanco y delirante,
Noche nupcial abriendose camino con seguridad y
dulzura hasta el postrado amanecer,
Ondulando hasta el complaciente y docíl día,
perdida en el abrazo de la apretada y dulce carne del día.


Este es el núcleo - puesto que el niño nace de la mujer, el
hombre nace de la mujer,
Este es el baño del nacimiento, la unión de lo pequeño y de
lo grande, y la salida de lo nuevo.

La mujer contiene todas las cualidades y las templa,
Está en su hogar y se mueve con equilibrio perfecto,
Es todas las cosas debidadmente vedadas, es a la vez pasiva
y activa,
Puede concebir tanto hijas como hijos, tanto hijos como
hijas.

Cuando veo mi alma reflejada en la Naturaleza,
Cuando veo a tráves de la niebla a la Única, de
inexpresable plenitud, juicio, belleza,
Veo la cabeza inclinada y los brazos cruzados sobre el
pecho, veo a la Mujer.


Walt Whitman